La ciudad de Punta Arenas vive un duro golpe económico tras la partida del buque antártico Nathaniel B. Palmer, el último rompehielos estadounidense que operaba en la región. La nave, arrendada por la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), regresó a su país debido a los recortes presupuestarios impulsados por la administración del presidente Donald Trump.
Durante tres décadas, este barco había sido parte esencial de la actividad científica y logística vinculada a la Antártica, generando una estrecha relación entre Estados Unidos y la comunidad magallánica.
El retiro del Palmer, sumado a la anterior salida del Laurence M. Gould, marca el fin de una era de cooperación internacional que aportaba alrededor de 6 millones de dólares anuales a la economía local, según cifras entregadas por el alcalde Claudio Radonich. Pese a los esfuerzos de más de 170 investigadores que solicitaron revertir la medida, la decisión se mantuvo, afectando severamente a un sector que depende de la actividad marítima y científica. Este hecho pone de relieve la vulnerabilidad económica de Punta Arenas ante decisiones externas y la urgencia de diversificar sus fuentes de ingreso para fortalecer su desarrollo en el extremo sur del país.
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