¿Qué secretos guardan las manos de tu abuela? Tal vez la recuerdes en una sonrisa que desarma, en el aroma de sus cocina, en la calma de su abrazo, o en aquella travesura compartida que todavía te saca una carcajada silenciosa. Nuestras abuelas, como Lorenza de Romeral, son mucho más que figuras familiares: son cápsulas de memoria, el primer vínculo con el pasado y el corazón latente de la historia familiar. Con sus manos sabias y su ternura infinita, tejen la identidad que nos habita y nos conectan con raíces
que, a veces, ni imaginamos. Para Lorenza, convertirse en abuela a los 50 años no fue solo un cambio de rol; fue un renacer épico. Hoy, con 16 nietos en su constelación, es la matriarca y la guardiana.
Una de sus nietas, Rafaela, recuerda esos momentos con la dulzura de un caramelo: los café con leche servidos en tacitas rosas, las flores cuyo nombre le enseñó a nombrar y, sobre todo, las cartas hechas a mano. Esos mensajes no eran simples notas; eran obras de arte llenas de recortes, brillos y un amor táctil que hoy ya no se estila.
«Mi abuelita me enseñó a cuidar los detalles, a valorar lo que hacemos con amor. Ella convirtió lo ordinario en extraordinario,» confiesa. La gran pasión de Lorenza siempre fue la Música. Para Rafaela, desde pequeña, estas melodías se convirtieron en el aliciente de la vida, la banda sonora perfecta para cada amanecer, cada tarde de lluvia y cada celebración.
Su repertorio es un viaje en el tiempo: música romántica, boleros inmortales, clásicos de los años 50 y 60. Un mundo mágico adornado por las grandes orquestas, la sutileza de los violines y letras que contaban historias de amor eterno.
Pero con el paso de los años y el avance imparable de la tecnología, aquellos viejos vinilos y casetes parecieron perder su fuente de reproducción. Los tocadiscos se oxidaron, las cintas se enredaron, y una parte del universo sonoro de Lorenza se vio amenazada por el silencio digital. Rafaela, viendo cómo su abuela perdía esa magia que le hacía sentir la vida con melodías y colores, decidió tomarcartas en el asunto. A pesar del distanciamiento natural de Lorenza con la tecnología, Rafaela ideó el regalo perfecto:
Una lista de reproducción en la aplicación Spotify. No era solo una lista; era un portal del recuerdo.
En ella estaba inserta toda esa música que Lorenza creía perdida para siempre. Fue como si los recuerdos se hubieran descargado de golpe en el presente, latiendo más fuerte que nunca a través de los parlantes.
«¡Fue maravilloso! Aunque uno no sabe cómo funcionan estas cosas, la música está ahí. Todo bello,» señala Lorenza, con la incredulidad y la alegría de quien ha visto un fantasma amigable. Con Spotify en acción, la vida de Lorenza se convirtió en un musical continuo.
Los amaneceres son épicos con grandes orquestas; los atardeceres se vuelven nostálgicos con boleros; y las tardes de domingo son una sesión de clásicos inolvidables.
Lorenza es el reflejo de cómo el amor de las abuelas no es solo afecto desinteresado, sino una guía y un cuidado constante. Y esa mano que teje los detalles viene de vuelta, a través de su nieta, en una conexión perfecta tejida con música y tecnología.
Las historias de Rafaela y Lorenza, entrelazadas por las melodías que vencen al tiempo, nos recuerdan una lección vital: las abuelas son guardianas de la identidad y fuentes de resiliencia. Cada gesto, cada enseñanza y cada risa compartida es un hilo fuerte que conecta generaciones.
Sus vidas, marcadas por desafíos silenciosos y victorias cotidianas, nos invitan a reflexionar sobre nuestras propias abuelas: sus luchas, su entrega incansable y el legado de amor que, hoy, podemos mantener vivo con un simple playlist.

